Comenzamos el artículo dejando claro que es un análisis personal de los colaboradores que participamos en este medio digital, puesto que, según palabras del propio autor J. R. R. Tolkien en una de sus cartas dijo; «Detesto cordialmente la alegoría en todas sus manifestaciones» abogando por lo que él llamaba «aplicabilidad».
El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien, aunque se trata principalmente una obra de fantasía épica, contiene profundos elementos que reflejan las realidades políticas y sociales de la época en que fue escrita. Publicada entre 1954 y 1955, la trilogía se creó en un contexto histórico marcado por la Segunda Guerra Mundial y el auge de los totalitarismos en Europa. A través de sus personajes, tramas y simbolismos, la obra puede interpretarse como una alegoría de la lucha de las democracias liberales contra los regímenes totalitarios.
La obra puede interpretarse como una alegoría de la lucha de las democracias liberales contra los regímenes totalitarios
En primer lugar, la caracterización del Señor Oscuro Sauron y su búsqueda de poder absoluto simboliza claramente la naturaleza opresiva y destructiva de los totalitarismos. Sauron no solo busca dominar la Tierra Media, sino que su poder corrompe todo lo que toca, anulando la libertad y la individualidad. Este reflejo de la naturaleza absorbente y autoritaria de los regímenes totalitarios encuentra un paralelo en figuras históricas como el dictador nazi Adolf Hitler y o el dictador comunista Iósif Stalin, cuyo control dictatorial aniquiló muchas vidas inocentes, junto con las libertades personales y colectivas.
Figura de Sauron, El Señor de los Anillos – Weta Workshop | Edición Limitada
Por otro lado, la Comunidad del Anillo, compuesta por miembros de diversas razas y culturas, encarna la cooperación y la unidad que son características de las democracias liberales. A pesar de sus diferencias, estos personajes se unen en la lucha contra un enemigo común, mostrando que la diversidad, los valores como la amistad y la cooperación son fuerzas más poderosas que la dominación y la uniformidad impuestas por regímene autoritarios. Esta colaboración entre hobbits, hombres, elfos y enanos refleja el ideal democrático de que diferentes pueblos pueden trabajar juntos en pro de un bien común.
Además, la estructura del poder en Gondor y Rohan, basada en monarquías con ciertos elementos consultivos y de respeto por las leyes y tradiciones, puede verse como un reflejo de los sistemas democráticos europeos de la época, que, aunque no perfectos, se basaban en el respeto por la ley, por la libertad y la participación de diferentes grupos en el gobierno. Contrastan fuertemente con la tiranía absoluta de Mordor, donde no hay lugar para la disidencia o la diversidad de pensamiento.
El verdadero poder reside en la renuncia al control absoluto y en la defensa de la libertad y la justicia
La destrucción del Anillo Único, que simboliza la destrucción del poder absoluto, también puede interpretarse como una victoria de los valores democráticos sobre los totalitarios. El Anillo corrompe a todos los que intentan usarlo, demostrando que el poder absoluto corrompe totalmente. La decisión de Frodo y Sam de destruir el Anillo, en lugar de intentar usarlo, refuerza la idea de que el verdadero poder reside en la renuncia al control absoluto y en la defensa de la libertad y la justicia.
Tolkien, un veterano de la Primera Guerra Mundial y testigo de los horrores de la Segunda, creó una obra que, aunque no es una alegoría directa, está impregnada de sus experiencias y su visión del mundo. En El Señor de los Anillos, los ecos de la lucha contra el fascismo y el comunismo, y la defensa de los valores democráticos resuenan a través de la narrativa épica, ofreciendo no solo una historia de aventura, sino también una reflexión sobre la naturaleza del poder y la importancia de la libertad y la cooperación.
En conclusión, El Señor de los Anillos puede interpretarse como una obra inspirada en la lucha de las democracias liberales contra los totalitarismos. A través de sus personajes, tramas y simbolismos, Tolkien ofrece una defensa de los valores democráticos y una crítica a la naturaleza corruptora del poder absoluto, ofreciendo una narrativa que, aunque situada en un mundo de fantasía, resuena profundamente con las realidades políticas de su tiempo y, por extensión, con las nuestras.