La serie Los Anillos de Poder, producida por Amazon y ambientada en el universo de J.R.R. Tolkien, ha suscitado un debate que va más allá de las valoraciones comunes sobre su calidad narrativa o sus elecciones estilísticas. El foco de la discusión no se centra en la ya recurrente cuestión de su inclusión cultural o su alineación con tendencias contemporáneas. Tampoco lo hace en su innegable factura técnica: la banda sonora resulta evocadora, los paisajes recrean la majestuosidad de la Tierra Media, la fotografía es notable y algunos personajes logran conectar con el espectador, a pesar de un diálogo que, aunque aceptable para los estándares actuales, no alcanza la profundidad esperada. El principal escollo de Los Anillos de Poder reside en una problemática ética y creativa de mayor calado: la apropiación y la tergiversación del universo de Tolkien con fines lucrativos.
En este análisis, vamos a examinar cómo Amazon ha explotado comercialmente el nombre del autor, sin mostrar respeto por el canon que él estableció con meticulosidad, desvirtuando su visión original y traicionando la esencia de su obra.
Una transgresión deliberada de Los Anillos de Poder sobre el universo de Tolkien
Para comprender la magnitud de la problemática, es necesario señalar algunas de las transgresiones más evidentes al lore de Tolkien, que no solo alteran los eventos históricos de la Tierra Media, sino que también desdibujan la esencia de sus personajes y la coherencia interna de su mitología.
Comencemos con el personaje de Galadriel, uno de los pilares de la narrativa élfica en la Segunda Edad. En Los Anillos de Poder, se nos presenta como una guerrera impulsiva, movida por un deseo de venganza tras la muerte de su hermano Finrod, contradiciendo totalmente el universo de Tolkien. Sin embargo, esta caracterización contradice flagrantemente el canon. Galadriel, que en la Segunda Edad ya cuenta con aproximadamente 3.000 años, es un ser de sabiduría y poder incomparables, solo superada por Sauron en la Tercera Edad.
Tolkien la describe como una figura madura, poseedora de una magia que le permite leer los corazones y percibir las intenciones más ocultas, una habilidad que le habría permitido identificar a Sauron de inmediato si se hubiera cruzado con él. Además, Finrod no muere persiguiendo a Sauron, como la serie sugiere, sino a Morgoth, en una misión para ayudar a Beren a recuperar un Silmaril, un evento que ocurre más de 2.000 años antes de los sucesos de la serie. Galadriel, por otro lado, está casada con Celeborn, tiene una hija (Celebrían, futura esposa de Elrond) y jamás se habría embarcado en una misión vengativa ni habría considerado regresar a Valinor, pues la Maldición de Mandos pesa sobre los Noldor, su pueblo, tras el fratricidio de los Teleri.
Elrond, otro personaje clave, también sufre una caracterización errónea en esta serie, ya que aparece como un político y un igual a Galadriel, cuando en realidad es mucho más joven y menos experimentado que ella en esta era. Tolkien lo presenta como un guerrero y un heraldo de Gil-galad, no como un amigo íntimo de los enanos. Un rol que históricamente corresponde a Celebrimbor, el único elfo que forja una amistad significativa con ellos, particularmente con Narvi, un enano ausente en la serie.
Asimismo, la representación de Valinor como un lugar donde los niños elfos pelean entre sí es un error garrafal. Valinor, el reino de los Valar, es un paraíso de paz y contemplación, donde los elfos se dedican al arte y la vida espiritual, no a conflictos infantiles que contradicen su naturaleza sagrada.
Sauron, el antagonista principal, no escapa a esta distorsión. En Los Anillos de Poder, contradiciendo el universo de Tolkien, se le muestra como un ser errante, dejando pistas torpes que lo delatan, una imagen que desentona con el Sauron de Tolkien. En la Segunda Edad, Sauron adopta la forma de Annatar, el “Señor de los Dones”, un ser de apariencia élfica que seduce a los elfos y hombres con su astucia y engaño. Lejos de ser un náufrago perdido, Annatar es un estratega brillante que manipula a Celebrimbor para forjar los Anillos de Poder. La serie, sin embargo, ignora esta faceta, presentando un Sauron que carece de la profundidad y la inteligencia que lo definen en el canon.
«La novela que Tolkien nunca escribió, pero que hubiera querido escribir”
El núcleo de la crítica hacia Los Anillos de Poder no reside en su calidad como producto audiovisual ni en debates sobre inclusión o diversidad solamente, temas que podrían ser pertinentes en otro contexto por el abuso de ideología. El verdadero problema es que Amazon utiliza el nombre de Tolkien como una herramienta de marketing para atraer audiencias y generar ingresos, sin respetar la integridad de su obra ni el espíritu que la define.
La serie se presenta como “la novela que Tolkien nunca escribió, pero que hubiera querido escribir”, una afirmación que no solo es arrogante, sino profundamente maliciosa. Amazon posee los derechos de El Señor de los Anillos, sus apéndices y El Hobbit, pero no del material completo de la Segunda Edad, que incluye El Silmarillion y otros textos póstumos gestionados por los herederos de Tolkien. Esta limitación legal, lejos de ser un obstáculo, parece haber sido una excusa para reescribir la historia de la Tierra Media a conveniencia, ignorando el canon y adaptándolo a las demandas comerciales del público contemporáneo.
Tolkien, un autor profundamente católico y estudioso de las mitologías anglosajona y escandinava, creó un mundo con una coherencia interna que refleja sus valores y su visión del bien, el mal y la redención. Su obra no es un simple lienzo para experimentos narrativos; es un legado cultural que merece respeto. Sin embargo, Los Anillos de Poder contradiciendo el universo de Tolkien, transforma personajes, altera eventos históricos y simplifica la complejidad moral de la Tierra Media para hacerla más palatable al público masivo. Galadriel no es una guerrera vengativa, Elrond no es un político moderno y Sauron no es un villano torpe. Estas distorsiones no son errores inocentes; son decisiones conscientes que priorizan el beneficio económico sobre la fidelidad al autor.
El público general no está familiarizado con los detalles del lore. Es por ello que puede disfrutar de la serie sin percibir estas transgresiones, pero esto no excusa a Amazon. El hecho de que Tolkien no pueda defender su obra, y de que sus herederos no tengan control total sobre el material adaptado, no otorga a la productora el derecho de apropiarse de su nombre y legado para fines comerciales. La estrategia de Amazon es clara: usar el prestigio de Tolkien para atraer audiencia, mientras se despoja a su mundo de los elementos que lo hacen único. Este acto de apropiación cultural es, en esencia, una traición al espíritu de la Tierra Media y a los millones de fans que han encontrado en ella una fuente de inspiración.
¿Se imaginan un artista readaptando la Mona Lisa o El Quijote a los tiempos actuales?
Si nos centramos en un análisis comparativo con la recepción de otras producciones de fantasía contemporánea, como La Casa del Dragón o Sandman, revela una disparidad significativa en la respuesta del público, particularmente en plataformas de agregación de críticas como Filmaffinity y Rotten Tomatoes. Mientras que estas últimas, a pesar de incorporar representaciones diversas en cuanto a género, etnia e identidad sexual, han sido acogidas favorablemente, Los Anillos de Poder ha enfrentado una considerable resistencia por parte de la audiencia. Esta discrepancia sugiere que la raíz del descontento no reside primariamente en la inclusión de personajes diversos o una doctrina fundamentalmente woke, como se ha insinuado en ciertos discursos mediáticos, sino en una cuestión fundamental de fidelidad y respeto hacia el material original.
La analogía propuesta con la hipotética reinterpretación de obras cumbre del patrimonio cultural, como la Mona Lisa o El Quijote, ilustra la naturaleza de la objeción. Al igual que se esperaría un respeto escrupuloso y una comprensión profunda de la visión del creador en cualquier adaptación de tales obras seminales, los seguidores de Tolkien manifiestan una preocupación legítima ante lo que perciben como una apropiación indebida y una tergiversación de su legado con fines comerciales. La negativa previa de la Tolkien Estate a ceder los derechos para ciertas adaptaciones subraya la sensibilidad inherente a la manipulación de este universo literario. En este contexto, la estrategia de marketing, descrita como brillante, parece haber desviado el debate hacia cuestiones identitarias, oscureciendo el núcleo del problema: una presunta falta de adherencia al canon establecido meticulosamente por el autor.
En última instancia, la defensa de la integridad de la obra de Tolkien no debe interpretarse como una manifestación de prejuicios excluyentes, sino como la reivindicación de un legado cultural que se considera patrimonio intelectual. La cita del propio Tolkien, «El mal no puede crear nada nuevo, solo puede corromper y arruinar lo que las fuerzas del bien inventaron o hicieron», resuena con la percepción de una adaptación que, en lugar de expandir o complementar el universo existente con rigor y comprensión, lo altera fundamentalmente en aras de objetivos comerciales. Se invita, por tanto, a una evaluación independiente de la serie, más allá de las etiquetas simplistas, considerando la fidelidad a la visión original como un criterio esencial en el análisis de su validez como adaptación literaria.
Una guerra contra la comercialización del legado de Tolkien
La crítica hacia Los Anillos de Poder no es un lamento nostálgico ni un rechazo a la modernización de las narrativas clásicas. Es una denuncia contra la instrumentalización de una obra literaria para fines puramente lucrativos, sin respeto por su integridad artística ni por el mensaje que Tolkien quiso transmitir. La serie puede ser un espectáculo visual impresionante, pero no es Tolkien. Amazon ha utilizado su nombre porque es lo suficientemente importante para generar ingresos, pero no lo bastante importante para que su visión sea respetada. Este acto de despojo cultural no solo es éticamente reprobable; también establece un precedente peligroso para el tratamiento de otras obras clásicas.
En 2025, mientras el universo de Tolkien sigue expandiéndose con proyectos como La Caza de Gollum, es imperativo que los fans y los creadores exijan un mayor respeto por el canon. La Tierra Media no es un parque temático para experimentos comerciales; es un mundo cuidadosamente construido que merece ser honrado. Mi guerra, como la de muchos, es con Amazon y su falta de escrúpulos. Que Los Anillos de Poder y su ataque al universo de Tolkien sirva como advertencia: el legado de Tolkien no puede ser reducido a una herramienta de marketing. Su obra merece ser tratada con la reverencia que su creador le dedicó, no con la codicia que busca explotarla.