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Sauron no es el mejor villano de la televisión como aseguran muchos medios digitales, sino que es el mejor personaje de una serie con graves deficiencias

Sauron no es el mejor villano de la televisión como aseguran muchos medios digitales, sino que es el mejor personaje de una serie con graves deficiencias

A pesar del entusiasmo que ha generado la segunda temporada de El Señor de los Anillos: Los Anillos del Poder en algunos sectores, la serie de Amazon Prime Video dista mucho de ser el éxito rotundo que sus creadores y acérrimos defensores aseguran. Si bien es innegable que la producción ha mejorado bastante alcanzando un alto nivel técnico, con efectos visuales impresionantes y una puesta en escena que evoca levemente la épica de las películas de Peter Jackson, en otros aspectos fundamentales como la narrativa, la fidelidad a la obra de Tolkien y la recepción del público, la serie presenta serias deficiencias.

En primer lugar, los datos de audiencia han caído drásticamente con el estreno de la segunda temporada a finales del pasado mes de agosto, un indicador claro de que Los Anillos de Poder no ha conseguido mantener el interés de la audiencia a largo plazo. Este descenso puede atribuirse, en parte, a unos guiones que no logran alcanzar la profundidad emocional ni la intriga que se esperaría de una serie que aspira a ser la piedra angular del universo de Tolkien en la televisión.

Los diálogos a menudo carecen de la sofisticación y el lirismo que caracterizan la obra original, mientras que las tramas resultan predecibles y lentas, con personajes que se ven atrapados en conflictos superficiales o situaciones forzadas que no logran capturar la grandeza de la Tierra Media

Uno de los puntos más controvertidos es la decisión de los showrunners de alterar significativamente el canon establecido por Tolkien para actualizarlo a los tiempos actuales. La serie ha sido acusada de tener un enfoque woke que, lejos de enriquecer la narrativa, termina distorsionando la esencia de la mitología original que inspiró al profesor. Esto se ve en la representación de personajes y razas que no siguen el espíritu ni las convenciones del mundo creado por Tolkien, lo que ha generado críticas entre los puristas de la obra. Aunque la adaptación de un material tan denso y complejo como El Silmarillion o los apéndices de El Señor de los Anillos puede requerir ciertos cambios, muchos argumentan que Los Anillos de Poder ha ido demasiado lejos en su intento por modernizar la historia, sacrificando la coherencia interna del legendarium de Tolkien en el proceso.

En cuanto al personaje de Sauron, si bien es cierto que Charlie Vickers ha hecho un trabajo loable en la interpretación del personaje, pero la afirmación de la revista The Daily Beast que es «el mayor villano de la televisión» resulta un tanto exagerada.

Si bien Sauron es, sin duda, el mejor personaje de la serie en términos de complejidad y actuación, esto habla más de la debilidad general del elenco que de la excelencia del propio villano

A pesar del carisma de Vickers, su Sauron no alcanza el nivel icónico de antagonistas televisivos como Gus Fring o Walter White, ni de lejos. La serie intenta profundizar en sus motivaciones, pero sus esfuerzos por presentarlo como un villano multifacético se ven entorpecidos por una narrativa que, en última instancia, lo reduce a un manipulador más que a una amenaza verdaderamente aterradora.

Finalmente, aunque la serie ha conseguido establecer algunas dinámicas interesantes, como la relación entre Sauron y Galadriel o Celebrimbor, no logra superar los problemas estructurales que aquejan la historia en su conjunto. La segunda temporada, que se estrenó con un notable descenso en la recepción crítica y pública, no parece capaz de corregir el rumbo de una producción que, si bien prometía mucho en términos de ambición y presupuesto, ha quedado muy por debajo de las expectativas.

El resultado es una serie que, pese a sus virtudes, se siente descompensada y, en muchos momentos, desconectada del espíritu original de Tolkien, lo que impide que alcance el estatus de fenómeno cultural que Amazon pretendía.

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