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El Último Poder

Capítulo I: El Legado Oscuro en las Tierras Lejanas del Este

30 de marzo de 3019 de la Tercera Edad del Sol

En las Tierras Lejanas del Este, donde el horizonte se encuentra con la aurora y la esencia de la creación palpita en cada rincón, se desplegó un amanecer tras cinco días de la caída definitiva de Sauron que reveló un horizonte inusitadamente sombrío. Este recóndito confín de la Tierra Media, conocido como Rhûn, se desplegaba en la vastedad de la tierra, donde la luz matutina debería haber traído renacimiento, descanso y esperanza.

En las proximidades del Mar de Rhûn, se alzaba la cima de la colina más desértica y árida, privada de cualquier tipo de flora, desnuda y seca, bañada por el rocío matinal. En ella, una figura mística de gran estatura, superior a la de cualquier hombre, enano o elfo, contemplaba impávido y con desdén la transición de la oscuridad a la luz. Era el Istari Alatar, comúnmente conocido por ser uno de los Magos Azules que llegaron a La Tierra Media junto con Gandalf El Gris, Saruman El Blanco, Radagast El Pardo y Pallando, el otro Mago Azul. 

Su aspecto físico, marcado por la esencia divina de un Maia, se manifestaba en una figura esbelta y altiva, digna de los portadores de la luz de los Valar. Su porte, aunque sutilmente humano con apariencia de un anciano, exhibía una elegancia que reflejaba la sabiduría insondable inherente a su existencia. Los rasgos de su rostro, tallados con una simetría casi celestial, revelaban una eterna juventud en sus brillantes pupilas azules celestes que trasciende la fugacidad del tiempo mortal.

Su papel como líder de los Magos Azules que permanecieron en las Tierras del Este, tras la partida hacia el Oeste del líder de la Orden de los Istari, Saruman, había dejado una marca indeleble en la conducta y las maquinaciones de Alatar. Esto lo llevó a adoptar una actitud cada vez más altiva, desafiante y ambiciosa de poder. Alatar sentía que con la caída de Saruman y posteriormente de Sauron, su momento había llegado como un torrente de oportunidad imparable.

Pese a la serenidad propia de los lugares idílicos que acontecía tras la caída del Señor Oscuro, el semblante de Alatar permanecía imperturbable, sus ojos azules intensos y su mirada penetrante fulguraban con una determinación oscura e insatisfecha. La tarea encargada por los Valar, la de liberar la Tierra Media del yugo de Sauron, había llegado a su fin, pero para el Istari olvidado, su caída no era el epílogo, sino el prólogo de su propia ambición y egoísmo.

Descendió la colina, vestido con túnicas impregnadas de matices nocturnos, portando un atuendo que fusionaba la sobriedad de la oscuridad con la majestuosidad de un mago imbuido en una misión oscura. Bordados élficos y símbolos arcanos decoraban sus vestiduras, testigos mudos de alianzas selladas en eras olvidadas, adentrándose en un bosque ancestral que contaba historias en el susurro de cada una de sus hojas. Rayos de luz se filtraban a través de las ramas centenarias, dibujando patrones de sombras en el suelo cubierto de hojas. Alatar, sin embargo, llevaba consigo una oscuridad y una pesadumbre que parecía desafiar la armonía natural de aquel deslumbrante bosque.

Los secretos más huérfanos de Rhûn por la derrota del Señor Oscuro encontraron un sentido y se desvelaron mientras el Mago Azul avanzaba en su sendero atrayendo la maldad consigo. Cada árbol, cada criatura, reconocía la llegada de un poder que se entrelazaba con la misma esencia de la magia oscura. A su paso, el paisaje empezó a transformarse, como si la propia tierra reaccionara ante la presencia de un destino que iba más allá de la comprensión natural.

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En su andadura le acompañaba  un cetro esculpido con la madera de árboles antiguos que sostenía con firmeza en su mano diestra. Susurros de un bosque inmemorial que reconocía en él a un defensor de secretos primigenios, a una autoridad espiritual, ya atormentada por los deseos de oscuridad y poder. Grabados rúnicos resplandecían con una luz plateada y se entrelazaban en la vara del mago, contenedora de un poder cuya magnitud se revela solo a quienes son capaces de percibir más allá de las apariencias.

A medida que atravesaba el bosque, la sinfonía de la naturaleza comenzó a mutar, como si degenerase. Los tonos dorados de las hojas dieron paso a una paleta más sombría, volviéndose marchitas y secas, mientras la luminosidad diurna se convertía en un resplandor inusualmente oscuro. Los arroyos, una vez melodiosos, adquirieron un tono melancólico, como si lamentaran la llegada de un cambio inexorable.

La armonía natural, antaño danza eterna entre luz y sombra, cedía ante la metamorfosis insidiosa traída por Alatar. Cada paso suyo marcaba el comienzo de una oscuridad que se expandía, devorando la luminosidad de Rhûn. La misma tierra parecía augurar advertencias mientras las sombras se alargaban, como si la esencia misma de Rhûn se resistiera a la intrusión del Istari errante.

El Mago Azul, imbuido en sus rituales arcanos, se detenía en lugares donde la magia ancestral de Rhûn tejía la realidad y la fantasía. Sus palabras, pronunciadas en el antiguo lenguaje de aquellas tierras, resonaban con un eco que recordaba eras antiguas, mientras la tierra respondía a su llamado con temblores sutiles y un aire cargado de misterio.

A medida que sus palabras resonaban por todo el bosque, siniestras tribus humanas y criaturas tenebrosas provenientes del bosque, aún leales a las sombras de Sauron, se unían a su séquito. Con una voz profunda pero suave y melodiosa que de por sí, ya parecía un encantamiento, prometía un nuevo orden contra los Pueblos Libres del Oeste, un reino donde la oscuridad sería aliada y los seguidores, lugartenientes de su cruel plan para tomar La Tierra Media.

En el corazón mismo del bosque, el mago azul realizó ceremonias profanas en lugares donde las fronteras entre la realidad y la magia se desdibujaban. Las sombras cobraron vida, tejiendo una telaraña siniestra en el aire, mientras los ecos de sus palabras resonaban en los árboles antiguos.

Así, en las Tierras Lejanas del Este, el esperanzador amanecer, que debería haber sido un renacimiento, se desdibujaba en la sombra de un nuevo mal siniestro. La creación se retorcía ante su presencia, y la oscuridad tejía su propio camino en un amanecer oscuro que desafiaba la expectativa y resonaba con la ambición impía del Istari caído.

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Durante el oscuro ritual, el Istari percibe una presencia sigilosa e imponente emergiendo cautelosamente de las sombras de lo más profundo de aquel bosque corrompido y tétrico. Una figura negra como la más profunda noche y errante, se trataba del emisario de Mordor, el lugarteniente de la Torre Oscura de Barad-dûr. Se trataba de La Boca de Sauron, el único superviviente tras la victoria de los Pueblos Libres en la Batalla de Morannon, se adelantaba en presencia del mago, que clavó su mirada imperturbable con cierta desconfianza y desprecio. Visiblemente cansado tras cinco días de galope casi ininterrumpido huyendo de Mordor, a lomos de una especie de criatura que parecía un caballo negro, vestido con oscuros ropajes y el rostro velado, no dudó en descabalgar de su montura e inclinarse ante aquel Istari oscuro, reconociendo la influencia su poderosa en aquellos territorios, hasta hace poco dominados por su amo.

En ese momento, el mago espetó con una voz imponente que resonó por todo el oscuro bosque: «¿La caída de tu Señor Sauron no ha impedido que una criatura lamentable como tú se atreva a perturbarme? Los Pueblos Libres celebran su victoria, pero no perciben que el equilibrio se desplaza ahora hacia la oscuridad. ¿Acaso tú, Heraldo de Mordor, has sentido la llamada de la oscuridad para venir hasta aquí huyendo de tu desgraciado destino?».

Arrodillado como antes hiciera ante su antiguo amo, el lugarteniente de la Torre Oscura reverenció al mago su admiración ante un ser superior: «Mi señor Alatar, su presencia en estas tierras revela una nueva verdad para los seguidores de la oscuridad. La sombra de Sauron aún se proyecta en los corazones de los hombres, y su derrota no ha erradicado la sed de poder en el mundo. Muchos son los que puedo traerle a su servicio, mi Señor, es vital la reagrupación de la oscuridad en torno al poder de un Maiar como usted».

Alatar sonrió con seguridad, y continuó con desdén: «La victoria del Oeste es efímera y tus palabras demasiado obvias. Celebran en la ignorancia, sin vaticinar que la oscuridad busca nuevas formas de renacer. ¿Acaso creen que la Tierra Media puede permanecer en la luz eternamente? El hastío de años de paz no les dejaría vivir en el bien. Es momento de demostrar a esa chusma engreída de hombres libres, que la derrota de Sauron no ha sido más que el fin de una era oscura, para dar comienzo a otra».

La Boca de Sauron, astutamente, replicó al mago: «Señor Alatar, su perspicacia siempre ha sido aguda, propia de un Istari. Los Pueblos Libres, en su júbilo, no sospechan que la sombra puede moldearse en nuevas manos. ¿Qué camino propone para enfrentar este nuevo y necesario resurgimiento?»

«La oscuridad necesita de un nuevo Señor Oscuro. Sauron ha sido derrotado, cegado por sus ansias de poder y dominación. No ocurrirá lo mismo conmigo, conozco muy bien las pretensiones de los hombres del Oeste y no son más que una tribu de saqueadores con ínfulas de reinar. La Tierra Media se doblegará ante un poder que superará incluso al que jamás haya aspirado Mordor», aseveró el mago con un rotundidad.

«Su voluntad es férrea y su ambición oscura como las profundidades mismas de Mordor. ¿Cómo espera lograr este renacer de la sombra, mi Señor?«, preguntó el heraldo con admiración.

El mago en ese momento sintió cómo nacían los cimientos de un nuevo poder: «Rhûn será la capital de la nueva sombra que se cierne sobre La Tierra Media. El bosque ancestral a orillas del Mar de Rhûn será testigo de ceremonias que invocarán hechizos y poderes olvidados. Con la alianza de aquellos aún leales a las sombras, atraeremos a los desamparados y estableceremos un nuevo poder».

La devoción de La Boca de Sauron cada vez iba en aumento: «Mi Señor, mi lealtad hacia su magnificencia oscura es eterna. La sombra de Sauron perdurará a través de sus designios y conseguirá sus propósitos de someter a La Tierra Media a un puño de hierro».

El mago se dirigió hacia el heraldo de Mordor con gran interés: «Tú errante criatura serás un letal siervo, pero para servirme debo brindarte un nuevo nombre que hiele las almas de quienes lo escuchen. Dirigiré una conspiración que hará temblar los cimientos de la Tierra Media. Los Hombres del Oeste no verán venir la tormenta que les espera, cegados por su orgullo y sed de paz». – En ese momento, Alatar puso su vara en el hombro de La Boca de Sauron y pronunció con una voz muy potente – «Yo te nombro; Nimrathûl, Sombra del Este».

«Que así sea, mi Señor. Que la oscuridad renazca y se extienda, sumiendo a la Tierra Media en un crepúsculo eterno. Me encuentro a su servicio, sirviendo a la sombra que usted gobierna con inquebrantable crueldad», pronunció Nimrathûl con tono servicial.

«El destino se retuerce, y los hilos del poder oscuro se entrelazan una vez más. La Tierra Media no tardará en conocer la verdadera magnitud de su aciago destino. La noche se avecina, y con ella, el resurgimiento de una sombra que eclipsará incluso la era de Sauron, o del mismísimo Señor Oscuro Morgoth», aseguraba un seguro y confiado Alatar a todo su séquito de hombres corrompidos y criaturas siniestras.

La unión entre el Mago Azul y el antiguo siervo oscuro de Sauron creó una alianza intrigante, una oscura convergencia de intereses que amenazaba con desafiar el orden recién establecido en la Tierra Media. Mientras los primeros rayos de sol iluminan la escena, la sombra de una nueva oscuridad se extiende sobre las Tierras Lejanas del Este, marcando el inicio de un capítulo inquietante en la historia de la Tierra Media.

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