La relación entre la narrativa y el significado último de la realidad ha sido objeto de reflexión a lo largo de la historia. Ian McKellen, con su provocadora afirmación de que la Biblia debería considerarse ficción, y J.R.R. Tolkien, cuya obra está impregnada de simbolismo cristiano, representan posturas aparentemente opuestas sobre el valor y la naturaleza de las historias. Este contraste no es solo una diferencia de opiniones personales; refleja una tensión filosófica y cultural entre el escepticismo contemporáneo y una visión sacralizada del mito.
Ian McKellen y la crítica secular de la Biblia
Cuando Ian McKellen propone que la Biblia debería llevar un aviso que la clasifique como ficción, no solo cuestiona su literalidad, sino que también aboga por una mirada crítica y secular hacia las escrituras religiosas. Desde su perspectiva, historias como la de Jesús caminando sobre el agua requieren un acto de fe que trasciende las evidencias empíricas, ubicándolas más cerca del terreno de la narración simbólica que de la verdad histórica.

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El comentario de McKellen está alineado con una postura postmoderna que desconfía de las grandes narrativas y los dogmas absolutos. En su llamado a la apertura mental, el actor sugiere que el público es capaz de discernir entre realidad y ficción, lo que implica una visión optimista de la autonomía crítica del individuo. Sin embargo, su enfoque también podría ser percibido como una simplificación, ya que descarta la capacidad de las historias religiosas para ofrecer verdades profundas más allá de los hechos históricos.
La visión cristológica de Tolkien: fe en la narrativa
En contraste, J.R.R. Tolkien, como escritor y católico devoto, ve en las narrativas un medio poderoso para expresar verdades trascendentales. En El Señor de los Anillos, las figuras de Frodo, Gandalf y Aragorn no solo son personajes ficticios, sino que también representan dimensiones de Jesucristo: sacerdote, profeta y rey. Estas tipologías cristológicas no se limitan a alusiones simbólicas, sino que enriquecen el mensaje moral y espiritual de su obra.
La perspectiva de Tolkien refleja su creencia en el mito como una forma de verdad más elevada. Según él, las historias, aunque ficticias en el sentido literal, son capaces de transmitir realidades profundas sobre el sacrificio, la redención y la esperanza. Este enfoque contrasta con la postura de McKellen, sugiriendo que la narrativa, lejos de ser una mera construcción humana, puede ser un reflejo de lo divino.
Ficción y verdad: un diálogo necesario
Ambas posturas abordan una pregunta central: ¿puede la ficción contener verdad? McKellen parece responder que no, o al menos que la verdad de la ficción es subjetiva y limitada al ámbito personal o simbólico. Tolkien, en cambio, sostiene que la ficción puede ser una ventana hacia verdades universales que trascienden el tiempo y el espacio.
Este debate no es solo filosófico, sino también profundamente humano. Mientras que McKellen nos invita a desconfiar de los relatos que pretenden tener autoridad sobre nuestra comprensión del mundo, Tolkien nos muestra que incluso las historias inventadas pueden tener un poder transformador. La Biblia, en este contexto, puede ser vista tanto como un texto literario como un vehículo de significado espiritual, dependiendo de la perspectiva del lector.
La coexistencia de perspectivas
Lejos de ser mutuamente excluyentes, las posturas de McKellen y Tolkien pueden enriquecerse mutuamente. El escepticismo crítico propuesto por McKellen es necesario para cuestionar el dogmatismo y fomentar un diálogo abierto sobre las creencias. Sin embargo, el enfoque de Tolkien nos recuerda que las historias, incluso aquellas que consideramos ficticias, pueden ser portadoras de significado, conexión y trascendencia.
En última instancia, la tensión entre fe y ficción no necesita resolverse en una única respuesta. Más bien, puede convertirse en un espacio de reflexión donde la humanidad explore su relación con lo desconocido, lo divino y lo imaginado. Al cuestionar y abrazar las narrativas, tanto McKellen como Tolkien nos invitan a participar en el acto esencial de dar sentido a nuestra existencia.