Los guionistas de Los Anillos de Poder no han sido capaces de crear una serie entretenida y con coherencia

Este pasado jueves se transmitió el episodio final de la segunda temporada de Los Anillos del Poder, considerada la producción televisiva más costosa de la historia. A pesar de contar con impresionantes elementos visuales, como trajes, escenarios, paisajes y efectos especiales, la narrativa, los diálogos y el ritmo de la serie han demostrado serías deficiencias, aunque con una leve mejoría en comparación con la primera temporada.

Amazon Prime Video ha afirmado que la serie sigue siendo el contenido más visto en Prime Video desde el estreno de su segunda temporada el 29 de agosto, con una audiencia global de 55 millones de espectadores. Sin embargo, no existen mecanismos independientes para verificar estos datos. Cabe señalar que durante este mes de septiembre no tuvo competencia significativa en el género de fantasía. Todo indica que habrá una tercera temporada, como parte del plan original de producir cinco, respaldado por la significativa inversión inicial de Amazon.

Con el objetivo de mejorar el ritmo y la coherencia de la serie, los creadores han reducido el tiempo dedicado a personajes y tramas creadas por los guionistas, concentrando más la atención en aquellos personajes originales de Tolkien, que resultan ser los más relevantes y atractivos.

A pesar de ello, la inclusión de personajes no pertenecientes al universo de Tolkien continúa afectando negativamente la coherencia de la historia

Un ejemplo de ello es el tratamiento de Míriel, la reina regente de los númenóreanos, quien, aunque fascinante en los textos originales, queda eclipsada por la presencia de personajes femeninos inventados, como la hermana y la novia de Isildur, la esposa del príncipe Durin, o la ayudante Mirdania del forjador Celebrimbor, cuyas inclusiones parecen responder más a exigencias de cuota que a necesidades narrativas.

El proyecto de la serie es ambicioso: narrar los eventos trascendentales de la Segunda Edad de la Tierra Media, cuando los elfos forjaron los Anillos de Poder y el reino de Númenor alcanzó su apogeo, sólo para sucumbir posteriormente bajo su propio orgullo y corrupción. Tolkien distribuye estos acontecimientos a lo largo de siglos, mientras que la serie los condensa en lo que aparentan ser pocos años. Sauron, en su rol de consejero engañoso, juega un papel clave en ambas tramas, la de los elfos y la de los hombres, y la serie logra capturar con cierta eficacia su influencia, particularmente en su relación con Celebrimbor. Sin embargo, recurre también a recursos mágicos para manipular cuando las palabras no son suficientes, lo que añade un matiz de corrupción mágica a la historia.

Los showrunners, J.D. Payne y Patrick McKay, parecen haber interpretado los eventos de la Segunda Edad como una serie de epopeyas que conducen a la caída de naciones enteras. No solo la de Númenor y Eregion, sino que también se han tomado licencias creativas para extender la corrupción al reino de los Enanos, algo que en los textos originales de Tolkien se desarrolla milenios después.

Los creadores defienden que la decadencia de una civilización es un proceso gradual y no puede ser atribuida únicamente a un monstruo, y esto queda representado en la historia del rey Durin y su obsesión con los anillos, una trama que recuerda la obsesión central con los anillos en la trilogía de Peter Jackson.

El tema central de la obra de Tolkien, no obstante, es la mortalidad y el anhelo de inmortalidad, un aspecto que la serie parece descuidar

En el reino de Númenor, por ejemplo, la búsqueda de la inmortalidad fue el motor de su caída, aunque allí nunca llegó ningún anillo. La trama de Númenor tiene una dimensión religiosa esencial que los guionistas han tenido dificultades para plasmar en la serie. La historia de esta civilización combina elementos de leyendas como la Atlántida y la decadencia retratada en Los últimos días de Pompeya, y Tolkien dedicó una extensa reflexión a la vida cotidiana, estructura social y valores de Númenor.

En la serie, sin embargo, se distorsionan elementos claves de la religiosidad númenóreana. En lugar del culto sencillo al Dios Único, Ilúvatar, en el monte Meneltarma, donde el rey y el pueblo ofrecían frutos en silencio tres veces al año, se presenta una religión más estructurada, con templos y clérigos, elementos inexistentes en los textos originales.

De hecho, la representación de una ordalía en la que los númenóreanos arrojan a la reina al mar, invocando a una criatura marina, resulta completamente ajena al ethos elevado de esta civilización, incluso en sus momentos más oscuros.

Otro aspecto cuestionable es la influencia que la obra de Peter Jackson parece tener sobre los guionistas. En muchos casos, parece que han calcado estructuras narrativas y escenas de sus películas, adaptando las situaciones a la serie pero perdiendo la esencia de los textos de Tolkien. Ejemplos de esto son la batalla de Eregion, que guarda paralelismos evidentes con la batalla del Abismo de Helm, o el personaje de Adar, que no existe en los textos originales y parece un intento de crear un villano alternativo a Sauron, semejante a Saruman.

La serie, a pesar de su ambición visual y sus recursos, muestra importantes fallas en la coherencia narrativa, el desarrollo de personajes y la fidelidad a la obra de Tolkien. La inclusión de elementos ajenos, tanto en términos de personajes como de situaciones, no sólo desvirtúa la lógica interna de la Tierra Media, sino que rompe con el equilibrio geopolítico y épico que Tolkien plasmó en sus escritos. Aunque mejora en ciertos aspectos respecto a la primera temporada, sigue siendo un producto que difícilmente recomendaría a los fans más puristas de Tolkien.

En cuanto a su adecuación para un público juvenil, es cierto que carece de escenas explícitas de sexo o propaganda ideológica, lo que podría hacerla más accesible, pero muchos jóvenes la encuentran aburrida debido a sus problemas de ritmo y falta de profundidad.

La violencia es limitada en comparación con lo que se podría esperar de un relato épico

Por otro lado, las inclusiones forzadas de diversidad racial y de género, lejos de enriquecer la historia, resultan en personajes que parecen estar allí sólo para cumplir cuotas, lo que desentona con la construcción lógica del mundo tolkieniano.

En conclusión, Los Anillos del Poder es una producción que destaca por su espectacularidad visual, pero que carece de la profundidad y la coherencia narrativa que caracteriza a la obra de J.R.R. Tolkien. Es un ejemplo de cómo una gran inversión económica y un material literario de calidad pueden ser desperdiciados por un enfoque erróneo y una falta de comprensión del espíritu de la obra original.

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